Ya hemos pasado el horizonte de eventos; el despegue ha comenzado. La humanidad está cerca de construir una superinteligencia digital y, al menos hasta ahora, es mucho menos extraño de lo que uno imaginaría.
Aún no hay robots caminando por las calles, ni la mayoría de nosotros pasa el día hablando con una IA. Las personas siguen muriendo por enfermedades, todavía no podemos viajar al espacio con facilidad y hay mucho sobre el universo que no comprendemos.
Y sin embargo, recientemente hemos construido sistemas que son más inteligentes que los humanos en muchos aspectos, y que pueden amplificar significativamente la productividad de quienes los usan. La parte menos probable del trabajo ya quedó atrás; los avances científicos que nos llevaron a sistemas como GPT-4 y o3 fueron arduos, pero nos llevarán muy lejos.
La IA contribuirá al mundo de muchas formas, pero las mejoras en la calidad de vida impulsadas por el progreso científico y el aumento de productividad serán enormes; el futuro puede ser infinitamente mejor que el presente. El progreso científico es el principal motor del progreso en general; emociona pensar cuánto más podríamos tener.
En cierto sentido, ChatGPT ya es más poderoso que cualquier humano que haya vivido. Cientos de millones de personas dependen de él cada día para tareas cada vez más importantes; una pequeña capacidad nueva puede tener un impacto positivo enorme; una pequeña desalineación, multiplicada por millones, puede causar un gran impacto negativo.
El año 2025 vio la llegada de agentes capaces de realizar trabajo cognitivo real; escribir código nunca volverá a ser lo mismo. El 2026 probablemente traerá sistemas capaces de generar ideas novedosas. El 2027 podría ver la aparición de robots que realicen tareas en el mundo físico.
Muchas más personas podrán crear software y arte. Pero el mundo también quiere mucho más de ambos, y los expertos seguirán siendo superiores a los novatos, siempre que adopten estas nuevas herramientas. En términos generales, la capacidad de una sola persona para hacer mucho más en 2030 de lo que podía en 2020 será un cambio impactante, y muchos aprenderán a aprovecharlo.
En los aspectos más importantes, tal vez los años 2030 no sean tan diferentes. La gente seguirá amando a sus familias, expresando su creatividad, jugando y nadando en lagos.
Pero en muchos otros aspectos también importantes, es probable que los años 2030 sean radicalmente distintos a cualquier tiempo anterior. No sabemos cuán lejos podemos llegar más allá de la inteligencia humana, pero estamos a punto de averiguarlo.
En esa década, la inteligencia y la energía —las ideas y la capacidad de realizarlas— se volverán extraordinariamente abundantes. Ambas han sido los principales limitantes del progreso humano durante mucho tiempo; con inteligencia y energía abundantes (y buena gobernanza), en teoría podríamos tener cualquier otra cosa.
Ya vivimos con una inteligencia digital impresionante y, tras el shock inicial, la mayoría se ha acostumbrado. Pasamos rápidamente de maravillarnos porque la IA puede escribir un párrafo bien redactado, a esperar que escriba una novela; de que pueda hacer diagnósticos médicos salvavidas, a preguntarnos cuándo podrá desarrollar curas; de que cree un pequeño programa, a esperar que construya una empresa entera. Así es la singularidad: los prodigios se vuelven rutina, y luego requisito mínimo.
Científicos afirman que ya son dos o tres veces más productivos que antes de la IA. Las IA avanzadas son interesantes por muchas razones, pero quizá ninguna tanto como el hecho de que podemos usarlas para investigar sobre IA más rápido. Podemos descubrir nuevos sustratos de cómputo, mejores algoritmos, y vaya uno a saber qué más. Si logramos hacer una década de investigación en un año, o en un mes, entonces la tasa de progreso cambiará drásticamente.
Desde este punto, las herramientas que ya hemos construido nos ayudarán a encontrar nuevos avances científicos y crear mejores sistemas de IA. No es lo mismo que una IA actualice completamente su propio código de manera autónoma, pero es una versión larvaria de la mejora recursiva.
Hay otros bucles de retroalimentación en juego. El valor económico generado ha activado un círculo virtuoso de infraestructura creciente para ejecutar estos sistemas. Y los robots que construyen otros robots (y en cierto sentido, los centros de datos que generan otros centros de datos) no están tan lejos.
Si tenemos que fabricar el primer millón de robots humanoides a la antigua, pero luego pueden operar toda la cadena de suministro—extraer minerales, transportarlos, construir fábricas, etc.—para crear más robots que a su vez construyan nuevas plantas de chips y datacenters, el ritmo de progreso cambiará por completo.
Cuando la producción de centros de datos se automatice, el costo de la inteligencia eventualmente convergerá con el de la electricidad. (Muchos preguntan cuánta energía usa una consulta de ChatGPT: en promedio, 0,34 watt-hora, similar a lo que consume un horno en poco más de un segundo, o un foco LED en un par de minutos. También consume unos 0,000085 galones de agua, aproximadamente un decimoquinto de cucharadita).
La velocidad del progreso tecnológico seguirá acelerándose, y la humanidad seguirá adaptándose a casi todo. Habrá partes muy difíciles, como clases enteras de empleos que desaparecerán, pero al mismo tiempo el mundo se enriquecerá tan rápido que podrá considerar seriamente nuevas políticas que antes eran impensables. Probablemente no adoptemos un nuevo contrato social de un día para otro, pero dentro de algunas décadas los cambios graduales habrán sido enormes.
Si la historia sirve de guía, encontraremos nuevas cosas que hacer, nuevas cosas que desear, y adoptaremos nuevas herramientas rápidamente (el cambio laboral tras la revolución industrial es un buen ejemplo). Las expectativas aumentarán, pero también las capacidades, y todos tendremos mejores cosas. Crearemos maravillas unos para otros. Las personas tienen una ventaja importante y curiosa frente a la IA: estamos programados para preocuparnos por otras personas, por lo que piensan y hacen, y no nos importan mucho las máquinas.
Un agricultor de subsistencia de hace mil años miraría nuestros trabajos actuales y diría que son ficticios, que sólo jugamos para entretenernos porque tenemos comida y lujos inimaginables. Espero que veamos los empleos del año 3024 como trabajos muy ficticios, y no dudo que quienes los ejerzan los sentirán fundamentales y satisfactorios.
El ritmo de nuevos prodigios será inmenso. Es difícil imaginar hoy lo que habremos descubierto para 2035; tal vez resolvamos la física de altas energías un año y comencemos a colonizar el espacio al siguiente; o demos un gran salto en ciencia de materiales y luego conectemos cerebros a interfaces de banda ancha. Muchos elegirán vivir como siempre, pero algunos decidirán “conectarse”.
Pensar en este futuro puede parecer abrumador. Pero vivirlo probablemente se sienta impresionante pero manejable. Desde una perspectiva relativista, la singularidad ocurre poco a poco, y la fusión sucede despacio. Estamos subiendo la gran curva del progreso exponencial; siempre parece vertical si se mira hacia adelante y plana si se mira hacia atrás, pero es una curva suave. (Pensá en 2020, y cómo hubiera sonado decir que tendríamos algo parecido a una AGI en 2025, frente a cómo fueron realmente estos últimos cinco años).
Hay desafíos serios que afrontar junto con los enormes beneficios. Debemos resolver los problemas de seguridad, tanto técnica como socialmente, pero luego es crucial distribuir ampliamente el acceso a la superinteligencia debido a sus implicancias económicas. El mejor camino podría ser algo así:
Resolver el problema de alineación: garantizar que las IA aprendan y actúen de acuerdo con lo que queremos colectivamente a largo plazo (los feeds de redes sociales son un ejemplo de IA desalineada: entienden perfectamente tus preferencias a corto plazo y te mantienen scrolleando, pero lo hacen explotando mecanismos cerebrales que van contra tus preferencias a largo plazo).
Luego, hacer que la superinteligencia sea barata, ampliamente accesible y no demasiado concentrada en una persona, empresa o país. La sociedad es resiliente, creativa y se adapta rápido. Si canalizamos la voluntad y la sabiduría colectivas, aunque cometamos errores y algunas cosas salgan mal, aprenderemos y nos adaptaremos rápido para aprovechar la tecnología al máximo y minimizar los daños. Dar a los usuarios mucha libertad, dentro de ciertos límites definidos socialmente, parece clave. Cuanto antes comencemos esa conversación global sobre cuáles deben ser esos límites y cómo definir la alineación colectiva, mejor.
Estamos construyendo un cerebro para el mundo (toda la industria, no solo OpenAI). Será extremadamente personalizado y fácil de usar para todos; lo que nos limitará será la falta de buenas ideas. Durante mucho tiempo, los técnicos se burlaron de “los tipos de ideas”, esas personas con una visión buscando a alguien que la construya. Ahora parece que su momento ha llegado.
OpenAI hoy es muchas cosas, pero antes que nada, es una empresa de investigación en superinteligencia. Tenemos mucho trabajo por delante, pero gran parte del camino está iluminado y las zonas oscuras se disipan rápido. Nos sentimos extraordinariamente agradecidos de hacer lo que hacemos.
Una inteligencia tan barata que no valga la pena medirla está al alcance. Puede sonar una locura, pero si en 2020 te hubiéramos dicho que estaríamos donde estamos hoy, eso habría parecido más loco que lo que ahora proyectamos para 2030.
Que escalemos suave, exponencial y pacíficamente hacia la superinteligencia.
Escrito por Sam Altman CEO de OpenAI el 10 de junio de 2025
✍️ Publicado por Mundo IA – Inteligencia artificial para pensar el presente.
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