Tradición y algoritmos: el caso de León XIV y la inteligencia artificial
¿Puede un Papa mencionar la inteligencia artificial sin que eso implique que está usando ChatGPT en el Vaticano? A juzgar por la reacción de buena parte de los medios y de la opinión pública en redes sociales, la respuesta parecería ser no. En los días recientes, se viralizó la noticia de que el Papa León XIV habría utilizado IA para elegir su nombre papal, y se multiplicaron los titulares, memes y comentarios especulativos sobre un pontífice que consulta modelos algorítmicos antes de rezar. Sin embargo, los hechos son bastante más sobrios —y quizá, por eso mismo, más interesantes.
Una elección cargada de simbolismo
En su primer discurso ante el Colegio Cardenalicio, el Papa León XIV dejó en claro el sentido de su elección nominal: quiso rendir homenaje a León XIII, autor de la encíclica Rerum Novarum, documento clave de la doctrina social de la Iglesia frente a los embates de la Revolución Industrial. Para el nuevo Papa, la revolución tecnológica actual —particularmente la inteligencia artificial— constituye una ruptura histórica de similar envergadura, que amenaza con redefinir el trabajo, la dignidad humana, el rol del conocimiento y la distribución del poder.
“Si en el siglo XIX la Cuestión Social llamó a la Iglesia a una toma de posición profética, hoy la Cuestión Algorítmica requiere el mismo discernimiento”, dijo León XIV, según el resumen oficial publicado por el Vaticano. Esa afirmación fue suficiente para que muchos interpretaran que el Papa había utilizado IA en su proceso de decisión, algo que nunca afirmó.
De la mención a la interpretación
La confusión se origina en parte en el deseo colectivo de ver en el nuevo pontificado un gesto de modernización radical. Que un Papa reconozca la importancia histórica de la IA no es trivial. Pero que esa mención se transforme, sin mediación alguna, en una afirmación fáctica sobre el uso personal de esa tecnología, revela más sobre el ecosistema mediático que sobre el propio pontífice.
La diferencia entre decir «la IA es un fenómeno comparable a la Revolución Industrial» y «usé IA para elegir mi nombre» es fundamental. En el primer caso, el Papa adopta una posición crítica, teológica y pastoral frente a un cambio estructural. En el segundo, cede su discernimiento personal a una herramienta técnica. Nadie que haya leído sus palabras literalmente podría afirmar que hizo lo segundo. Y sin embargo, eso fue lo que se replicó.
Por qué nos entusiasma tanto creerlo
El deseo de creer que la IA ya ha penetrado los ámbitos más simbólicos de la tradición humana no es arbitrario. Vivimos una época donde la tecnología es un lenguaje universal, y donde la legitimidad de muchas instituciones pasa por demostrar que están «a la altura» de las innovaciones. En ese contexto, imaginar a un Papa asesorado por un modelo de lenguaje es una manera de reencantar una institución muchas veces percibida como distante del presente.
Pero también hay algo inquietante en esa fantasía: el deseo de que incluso el gesto más personal y espiritual —la elección de un nombre papal— esté mediado por la eficiencia, la lógica de datos, la tendencia cuantificable. La fascinación por un Papa algorítmico habla tanto del avance de la IA como de nuestras propias inseguridades frente al sentido y la decisión humana.
Un gesto pastoral, no una aplicación funcional
Si hay algo que distingue al Papa León XIV en sus primeras palabras como pontífice es su intención de abordar las transformaciones tecnológicas con lenguaje pastoral. No se trata de una aceptación acrítica ni de una oposición tecnofóbica. Se trata de una lectura espiritual del cambio de época.
El Papa no usó IA para elegir su nombre. Usó su nombre para hablar de la IA. Su elección fue una señal, una clave interpretativa, una forma de ubicar a la Iglesia en la conversación global sobre tecnología, humanidad y destino. Ese gesto vale mucho más que cualquier consulta a un modelo predictivo.
El verdadero impacto de la IA en la Iglesia
Lo que sí es real y profundo es el interés creciente del Vaticano por comprender, regular y acompañar el desarrollo de la inteligencia artificial. Desde el documento Rome Call for AI Ethics hasta los trabajos del dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, la Iglesia viene construyendo una posición clara: la tecnología no es buena ni mala en sí misma, pero sus consecuencias éticas deben ser consideradas desde la dignidad humana, la justicia social y el bien común.
En ese marco, que un Papa elija un nombre que convoque a esa discusión no es un gesto estético: es una forma de orientar la atención hacia los verdaderos interrogantes de nuestro tiempo.
Conclusión provisional: más discernimiento, menos titulares
Lo que el episodio León XIV nos enseña no es que la IA haya entrado al cóncavo sagrado del Cónclave, sino que la sociedad necesita narrativas comprensibles para procesar el cambio tecnológico. Esa necesidad de ficción no es en sí misma negativa. Pero debe ser equilibrada por el análisis crítico, la lectura cuidadosa y la voluntad de distinguir entre lo simbólico y lo literal.
El nuevo Papa no necesita usar IA para entender el momento histórico en el que asume. Le basta con interpretar los signos de los tiempos, como siempre ha hecho la Iglesia. Y en eso, la tecnología puede ser aliada, pero nunca reemplazo del discernimiento humano.
Quizá, entonces, lo verdaderamente revolucionario no sea que el Papa use IA, sino que nos invite a pensar cómo vivir con ella sin dejar de ser humanos.