Desde que nuestra especie, en algún rincón olvidado de la sabana africana, aprendió a articular sonidos para comunicar ideas complejas, el lenguaje ha sido el andamiaje invisible sobre el que hemos construido civilizaciones enteras.
Es el código fuente de la cultura, el vehículo de la historia y la herramienta con la que damos forma a la realidad misma, cincelando el caos del pensamiento en la materia ordenada de la palabra. Tan profunda y definitoria es nuestra conexión con el lenguaje que una de las proezas más fascinantes y singulares de la creatividad humana ha sido, paradójicamente, la invención deliberada de nuevos lenguajes.
Estas creaciones, conocidas en el ámbito especializado como lenguas construidas o, más comúnmente, conlangs, no son meros caprichos de la imaginación o simples juegos intelectuales. Son exploraciones deliberadas de las infinitas posibilidades de la comunicación humana, verdaderos actos de ingeniería y arte que buscan un propósito.
Algunas, como el Esperanto, nacieron de un idealismo pacifista, buscando un idioma universal que pudiera unir a la humanidad. Otras, como el Loglan y su descendiente Lojban, surgieron de una hipótesis científica que pretendía descubrir si un lenguaje basado en la lógica formal podría moldear nuestro pensamiento.
Sin embargo, las más conocidas por el gran público son aquellas que nacen para dar voz a mundos de ficción. Son el alma de universos imaginarios, dotándolos de una profundidad y una verosimilitud que ningún otro recurso puede igualar.
Pensemos en el élfico de J.R.R. Tolkien, una familia de lenguas con una historia y una mitología milenarias que otorgan a la Tierra Media una sensación de antigüedad palpable. O consideremos el austero y lógico klingon de Star Trek, diseñado meticulosamente para reflejar la cultura pragmática y guerrera de una especie alienígena. Más recientemente, el dothraki de «Juego de Tronos» evoca la vida nómada de un pueblo ecuestre.
Crear un conlang es, en definitiva, un acto de construcción de mundos en su forma más pura. Es una disciplina que exige una mezcla única de arte, ciencia y una paciencia casi infinita, requiriendo el conocimiento de un lingüista, la imaginación de un novelista y la meticulosidad de un arquitecto. Hasta ahora, este era un territorio reservado casi en exclusiva para un pequeño grupo de especialistas y aficionados extraordinariamente dedicados y eruditos.
No obstante, nos encontramos en el umbral de una revolución que podría cambiarlo todo de manera fundamental. La inteligencia artificial, y en particular los modelos de lenguaje a gran escala (LLM) que han asombrado al mundo con su capacidad para generar textos coherentes, creativos y contextualmente relevantes, está empezando a golpear a las puertas de este exclusivo club.
Estas complejas redes neuronales, entrenadas con la práctica totalidad del conocimiento humano digitalizado, poseen una comprensión latente, casi intuitiva, de las estructuras, patrones y reglas que gobiernan los miles de idiomas de nuestro planeta. ¿Y si pudiéramos encauzar esa vasta sabiduría no solo para tareas reactivas como traducir o resumir, sino para asistir en el acto proactivo de la creación lingüística?
Esta es la pregunta audaz que se plantea un trabajo de investigación revolucionario, titulado “IASC: Interactive Agentic System for ConLangs”, firmado por los investigadores Chihiro Taguchi y Richard Sproat. Su propuesta no es simplemente un programa que inventa idiomas al azar, sino algo inmensamente más sofisticado: un sistema interactivo y modular que funciona como un colaborador experto, un aprendiz de lingüista digital que dialoga con un creador humano para dar vida a una lengua completamente nueva, paso a paso, decisión a decisión.
El corazón de su formidable innovación reside en el concepto de «sistema agéntico». A diferencia de las herramientas de inteligencia artificial tradicionales, que operan bajo un paradigma de «caja negra» al recibir una orden y entregar un resultado final en un único paso, un sistema agéntico opera a través del diálogo y la colaboración.
Es un proceso iterativo, una conversación continua de refinamiento y ajuste. El creador humano no se limita a pedir «créame un idioma», una instrucción tan vaga que estaría condenada al fracaso. En su lugar, guía a la inteligencia artificial en cada una de las etapas fundamentales del proceso. Imagínese a un maestro escultor trabajando con un aprendiz prodigioso. El maestro no le pide que talle una estatua de un solo golpe, sino que le indica dónde desbastar la piedra, cómo pulir una curva o qué expresión dar al rostro. En cada paso, el aprendiz presenta su avance y el maestro le ofrece correcciones, matices y nuevas directrices. Así funciona precisamente IASC. El usuario propone una idea inicial, el sistema genera una primera versión, y el usuario la critica, la matiza y la orienta.
Esta colaboración sinérgica convierte una tarea hercúlea en un proceso manejable y profundamente creativo, donde la visión humana es amplificada, no reemplazada, por la inmensa potencia computacional.
El sistema descompone la abrumadora tarea de crear un lenguaje en módulos digeribles y secuenciales, cada uno centrado en un pilar fundamental de la estructura lingüística. Primero, aborda la fonología, es decir, el inventario de sonidos y las reglas que rigen sus combinaciones, lo que conformará la melodía y la textura del nuevo idioma. A continuación, se sumerge en el complejo y decisivo mundo de la morfosintaxis, definiendo las reglas que dictan cómo se construyen las palabras y cómo se ordenan en frases para generar un significado preciso. Una vez establecido este esqueleto gramatical, el sistema procede a poblarlo con un léxico, un conjunto de palabras únicas forjadas a partir de la fonología previamente definida. Luego, le asigna una ortografía, decidiendo cómo se representarán por escrito esos sonidos. Finalmente, como culminación de todo el proceso, el sistema es capaz de redactar un manual de gramática completo de la lengua recién nacida e incluso de traducir nuevas frases a ella, demostrando su funcionalidad.
Este enfoque modular y conversacional representa un cambio de paradigma, una herramienta que promete democratizar el arte de la creación de lenguajes, poniéndolo al alcance de escritores, diseñadores de juegos, cineastas y cualquier persona con una visión y una historia que contar. El trabajo de Taguchi y Sproat no solo nos ofrece una nueva tecnología; nos invita a imaginar un futuro donde la construcción de mundos, en su forma más pura y fundamental, sea una forma de expresión accesible para todos.
El diálogo como motor creativo: La naturaleza agéntica
Para comprender en su totalidad la magnitud de la innovación que propone IASC, es fundamental profundizar en lo que significa un «sistema agéntico». El término puede sonar técnico y algo abstracto, pero la idea que encierra es profundamente intuitiva y representa un salto cualitativo en la forma en que interactuamos con la inteligencia artificial, especialmente en dominios creativos.
Durante décadas, hemos concebido la IA como una especie de oráculo moderno o un genio digital de la lámpara: le formulamos una pregunta o le damos una orden precisa y esperamos una respuesta única, completa y definitiva.
Esta dinámica, conocida en la jerga técnica como «one-shot» (de un solo intento), es extraordinariamente útil para tareas concretas y bien definidas, como la traducción de una frase, la clasificación de un correo electrónico o la búsqueda de información específica. Sin embargo, este modelo de interacción se muestra insuficiente, casi torpe, cuando el objetivo es un proceso creativo complejo, ambiguo, subjetivo y lleno de matices, como lo es sin duda el diseño de un lenguaje.
La creatividad, en cualquiera de sus formas, raramente surge de un único y deslumbrante golpe de inspiración. Es más bien un camino sinuoso de exploración, de ensayo y error, de aproximaciones sucesivas y de pequeños ajustes incrementales que, sumados, conducen a un resultado coherente, elegante y satisfactorio. Un sistema agéntico está diseñado para operar precisamente en ese terreno fértil de la incertidumbre y el refinamiento progresivo. En lugar de ser un ejecutor pasivo que espera órdenes, el modelo de lenguaje se convierte en un agente activo, un colaborador dinámico que participa en un ciclo continuo de propuesta y retroalimentación.
El flujo de trabajo se transforma de un monólogo a una conversación estructurada y con un propósito. El ciclo es simple pero poderoso: el usuario humano establece un objetivo o una intención; el agente de IA, basándose en esa instrucción, propone una solución inicial; el usuario evalúa esa solución y proporciona comentarios críticos, sugerencias de mejora o directrices adicionales; y finalmente, el agente utiliza esa retroalimentación para generar una nueva propuesta, mejorada y más alineada con la visión del creador. Este ciclo se repite tantas veces como sea necesario hasta alcanzar un estado que satisfaga plenamente al usuario.
Pensemos en el primer módulo de IASC, la creación de la fonología, para ilustrar este proceso con mayor claridad. El usuario podría empezar con una instrucción general, una pincelada de su visión estética, como: «Quiero diseñar un lenguaje que suene suave y melódico, que evoque la sonoridad de las lenguas polinesias, pero quiero evitar por completo las consonantes oclusivas sonoras como /b/, /d/, /g/, que me parecen demasiado duras».
El sistema, basándose en su vasto conocimiento de la tipología fonológica de los idiomas del mundo, podría generar un primer inventario de fonemas. Quizás incluya las cinco vocales prototípicas /a, e, i, o, u/ y un conjunto de consonantes como /p, t, k, m, n, l, r, s, h, w/. El usuario revisa esta lista y el diálogo continúa: «Me gusta la base, pero el sonido /r/ me parece demasiado áspero para la estética que busco. Prefiero sustituirlo por una vibrante simple alveolar, como la ‘r’ suave del español. Además, me gustaría añadir la nasal velar /ŋ/, como en la palabra inglesa ‘sing’, para darle un toque más exótico».
Con estas instrucciones específicas y detalladas, el agente de IA no empieza de cero ni ignora el trabajo previo. Modifica su propuesta anterior, refinándola. Presenta un nuevo inventario que ha incorporado las correcciones solicitadas. Este diálogo puede continuar y profundizar aún más. El usuario podría pedir entonces que se definan las reglas de la estructura silábica, por ejemplo, especificando que todas las sílabas deben seguir un patrón estricto de Consonante-Vocal (CV). Esta decisión tendría un impacto enorme en la cadencia del idioma, dándole un ritmo muy regular y abierto, similar al japonés. Esta interacción continua y detallada transforma al usuario de un mero solicitante a un verdadero director del proyecto creativo.
La inteligencia artificial no está intentando adivinar lo que el usuario quiere; está aprendiendo y adaptándose a su visión a través de indicaciones explícitas. Este enfoque colaborativo mitiga de forma muy efectiva uno de los mayores problemas de los modelos generativos actuales: su tendencia a «alucinar» o a producir resultados que son superficialmente plausibles pero incorrectos, incoherentes o simplemente no deseados. Al anclar el proceso en la retroalimentación humana constante, IASC se asegura de que la creación final sea fiel a la intención original de su creador, combinando de manera óptima la amplitud de conocimiento casi infinita de la máquina con la agudeza, la sensibilidad y el juicio estético intransferiblemente humanos.
El andamiaje de la realidad: Construyendo la morfosintaxis
Una vez que se ha esculpido el sistema de sonidos, el alma melódica del nuevo idioma, IASC se adentra en la tarea más compleja, ardua y definitoria de todo el proceso: la construcción de su esqueleto lógico, la morfosintaxis. Este término técnico, que puede intimidar a los no iniciados, aglutina dos conceptos que son el verdadero corazón de la gramática de cualquier lengua, natural o construida. La morfología es la disciplina que se ocupa de la estructura interna de las palabras, de cómo se combinan las unidades mínimas de significado (los morfemas) para crear formas complejas y portadoras de nueva información. Pensemos en una palabra de nuestro idioma como «reconstrucción».
No es una unidad indivisible; está formada por el prefijo «re-«, que indica repetición; la raíz «construc-«, que contiene el significado léxico principal; y el sufijo «-ción», que convierte el verbo en un sustantivo abstracto. Cada una de estas piezas, de estos morfemas, aporta una capa de significado. La sintaxis, por su parte, se refiere al conjunto de reglas y principios que gobiernan el orden de las palabras dentro de una oración para que esta tenga sentido y transmita el mensaje deseado. En español, decimos «el perro muerde al hombre», y el orden Sujeto-Verbo-Objeto (SVO) es crucial para entender quién realiza la acción y quién la recibe. Cambiar el orden alteraría drásticamente el significado.
Crear un sistema morfosintáctico coherente y funcional desde la nada es, sin lugar a dudas, el mayor desafío al que se enfrenta cualquier inventor de lenguajes. Las posibilidades son casi ilimitadas y las decisiones que se tomen en esta etapa determinarán de manera fundamental el «carácter», la «personalidad» de la lengua.
¿Será un idioma aglutinante como el turco o el finés, donde las palabras se alargan añadiendo una larga cadena de sufijos con funciones gramaticales muy específicas? ¿O será un idioma aislante como el chino mandarín o el vietnamita, donde la mayoría de las palabras son invariables y el significado se desprende casi exclusivamente del orden y el contexto? ¿O quizás será flexivo como el latín o el ruso, donde un solo sufijo puede fusionar múltiples significados como caso, número y género?
Para hacer esta tarea monumental manejable, IASC emplea una estrategia ingeniosa, elegante y extraordinariamente poderosa. En lugar de intentar generar la gramática en el vacío absoluto, utiliza un corpus de frases en inglés como punto de partida y las «traduce» no a otro idioma, sino a un lenguaje intermedio, una especie de código o marcado morfosintáctico.
Este marcado es una representación abstracta y formal de la estructura profunda de la frase en el idioma de destino, antes incluso de que existan las palabras reales para expresarla. Por ejemplo, supongamos que el creador ha decidido que su nuevo lenguaje tendrá un orden de palabras Verbo-Sujeto-Objeto (VSO), común en lenguas como el irlandés o el árabe clásico, y que marcará los sustantivos con un caso gramatical ergativo para el sujeto de los verbos transitivos (verbos que tienen un objeto directo).
La frase inglesa «The man sees the dog» (SVO) sería primero descompuesta en sus componentes semánticos y funcionales y luego reorganizada y anotada según las nuevas reglas. El resultado podría ser algo como: see-PRES-3SG man-ERG dog-ABS
. En este código, see
es la raíz del verbo, PRES
indica el tiempo presente, 3SG
la tercera persona del singular, man
es el sujeto marcado con el caso ergativo (ERG
), y dog
es el objeto marcado con el caso absolutivo (ABS
).
Este paso intermedio es crucial por varias razones. Primero, permite al creador definir la gramática de forma precisa, explícita y sistemática, tomando decisiones conscientes sobre docenas de parámetros lingüísticos. El sistema IASC guía al usuario a través de estas opciones, preguntando sobre el orden de los constituyentes, la presencia y tipo de casos gramaticales, cómo se marca el tiempo o el aspecto verbal, si los adjetivos van antes o después del sustantivo, etc. En el apéndice de su trabajo, los autores ilustran la flexibilidad del sistema mostrando dos ejemplos de configuraciones: una inspirada en las lenguas polinesias y otra en el vietnamita.
- Para la configuración de tipo polinesio, especificaron características como el orden Verbo-Sujeto-Objeto (VSO), el uso de preposiciones en lugar de postposiciones, adjetivos que siguen al sustantivo y la ausencia de un sistema de casos complejo, dependiendo más de partículas y el orden de las palabras.
- Para la configuración de tipo vietnamita, definieron un orden Sujeto-Verbo-Objeto (SVO), el uso de clasificadores nominales (una característica común en las lenguas del sudeste asiático), la ausencia de conjugación verbal para tiempo o persona y una morfología predominantemente aislante, donde cada palabra tiende a ser un único morfema.
Una vez que un conjunto de frases ha sido convertido a este formato de marcado, el sistema tiene en sus manos una base de datos invaluable y estructurada. De este corpus abstracto, puede extraer de manera automática una lista completa y exhaustiva de todos los morfemas necesarios para el nuevo lenguaje: las raíces de los verbos y los sustantivos (como see
, man
, dog
) y los afijos gramaticales que representan conceptos como el tiempo, el número o el caso (como -PRES
, -3SG
, -ERG
). Este conjunto de morfemas será la materia prima esencial para el siguiente paso: la creación del léxico. Esta metodología convierte un problema de creatividad abstracta y abrumadora en un ejercicio de ingeniería lingüística, proporcionando una estructura robusta y coherente sobre la cual construir el resto del idioma.
Dando voz al mundo: Del léxico a la ortografía
Con el inventario de sonidos meticulosamente definido y la lista completa de morfemas extraída de la estructura gramatical, el sistema IASC se enfrenta a la tarea de dar cuerpo, sustancia y voz al nuevo lenguaje: la construcción del léxico. Un léxico no es simplemente un diccionario o una lista de palabras; es el corazón vivo de un idioma, el conjunto de etiquetas sonoras que sus hablantes usarían para nombrar, describir, categorizar y navegar por su mundo, tanto físico como conceptual.
El desafío en esta etapa consiste en generar formas léxicas, es decir, cadenas de sonidos, para cada uno de los morfemas identificados (tanto las raíces léxicas como los afijos gramaticales) de una manera que sea perfectamente consistente con la fonología establecida en el primer módulo. No se trata de inventar sonidos al azar, sino de crear palabras que «suenen» como si pertenecieran genuinamente a ese nuevo idioma.
El sistema aborda esta tarea utilizando el modelo fonológico como un conjunto de reglas generativas, como un molde que da forma a la materia prima sonora. Si, por ejemplo, en el primer módulo se estableció que la estructura silábica debe ser Consonante-Vocal (CV) y que no pueden existir grupos de consonantes, el modelo de IA generará palabras que respeten escrupulosamente estas restricciones.
Para la raíz man
, podría proponer una palabra bisilábica como poni
. Para dog
, quizás kama
. Para el afijo que marca el caso ergativo, -ERG
, podría generar una forma corta y simple como -ta
. La belleza y la elegancia de este enfoque es que garantiza que todas las palabras del idioma tengan una coherencia interna, un «aire de familia» fonético que las hace sonar como si pertenecieran naturalmente al mismo sistema lingüístico. No son combinaciones de sonidos arbitrarias, sino el producto orgánico de un molde fonológico predefinido, lo que contribuye enormemente a la verosimilitud del conlang.
Una vez que a cada morfema de la lista se le ha asignado una forma fonética, el sistema puede volver al corpus de frases marcadas y realizar la sustitución final para generar las primeras oraciones completas en el nuevo idioma. La representación abstracta see-PRES-3SG man-ERG dog-ABS
se materializaría por fin en una frase concreta y audible. Suponiendo que la forma verbal see-PRES-3SG
se realice como selo
, que man-ERG
se realice como la raíz poni
más el sufijo -ta
(ponita
), y que dog-ABS
simplemente como kama
(asumiendo que el caso absolutivo no tiene una marca visible, lo cual es común en muchos idiomas), la frase resultante, respetando el orden VSO previamente definido, sería: Selo ponita kama
. En este preciso momento, el lenguaje ha dado su primer aliento. Ha pasado de ser un conjunto de reglas abstractas y códigos a una cadena de sonidos capaz de expresar una idea compleja. Ha nacido.
Pero un lenguaje, para ser plenamente funcional en el mundo moderno, no solo se habla, también se escribe. El siguiente paso lógico y necesario en el proceso de IASC es el desarrollo de una ortografía. En lugar de intentar inventar un sistema de escritura completamente nuevo desde cero (como los jeroglíficos o los silabarios), una tarea de una complejidad monumental, el sistema adopta un enfoque mucho más pragmático y eficiente: adaptar un alfabeto existente, como el latino, el cirílico o incluso el griego, para representar los sonidos del conlang.
Se le instruye al modelo de IA para que establezca una correspondencia clara, unívoca y consistente entre cada fonema del idioma y un grafema (una letra o un conjunto de letras) del alfabeto elegido. El objetivo primordial es crear un sistema de escritura fonémico, donde cada sonido corresponda a una única letra y viceversa. Esto evita las irregularidades, las excepciones y las ambigüedades que plagan muchas lenguas naturales como el inglés o el francés, haciendo que el lenguaje sea mucho más fácil de leer y escribir.
Para nuestro fonema /p/, el sistema podría asignar la letra «p». Para /o/, la letra «o». Para /n/, la letra «n», y para /i/, la letra «i». Así, la palabra cuya pronunciación es poni
se escribiría, de manera completamente transparente, como «poni». Esta etapa, como todas las demás, es también interactiva. El creador puede tener preferencias estéticas o funcionales. Podría decidir, por ejemplo, que el sonido /k/ se represente siempre con la letra «k» en lugar de «c» para evitar confusiones, o que la nasal velar /ŋ/ se escriba con el dígrafo «ng», como en inglés, o con una letra modificada con un diacrítico, si busca una apariencia más exótica. Al finalizar este módulo, el lenguaje no solo tiene una voz, sino también un rostro, una forma escrita que permite su registro, su estudio y su uso en textos, abriendo de par en par la puerta a la creación de literatura, poesía, textos sagrados o diálogos para un guion.
La culminación: El manual de gramática y la traducción
Todo el meticuloso proceso de diseño y construcción, desde la elección del más simple y efímero de los sonidos hasta la definición de la más compleja y abstracta de las reglas sintácticas, converge de manera lógica en el acto final de la creación: la consolidación y la aplicación práctica de todo el conocimiento generado. El sistema IASC culmina su trabajo de dos maneras notablemente útiles y funcionales que no solo validan el proceso, sino que demuestran la robustez y la usabilidad del lenguaje resultante. La primera de estas culminaciones es la generación automática de un manual de gramática. La segunda, y quizás la más impresionante por su dinamismo, es la capacidad de traducir nuevas frases, nunca antes vistas por el sistema, al idioma que acaba de nacer de la colaboración entre el humano y la máquina.
El manual de gramática, o «grammatical handbook» como lo denominan los autores, es una síntesis coherente y estructurada de todas las decisiones que el usuario ha tomado a lo largo del proceso interactivo. El sistema recibe como entrada el conjunto final de fonemas, un resumen de las propiedades morfosintácticas que se definieron (como el orden de las palabras VSO, el sistema de casos ergativo-absolutivo, la marcación del tiempo verbal, etc.) y una selección representativa de frases de ejemplo que ya han sido traducidas durante las etapas anteriores. Con esta información, el modelo de lenguaje, en su faceta más tradicional de generador de texto, redacta una descripción clara y organizada de la nueva lengua.
Este documento es de un valor incalculable. Sirve como una referencia definitiva para el creador, asegurando la consistencia y la coherencia a medida que desarrolla más el lenguaje, añade vocabulario o escribe textos largos. También puede ser compartido con otros, permitiendo que un equipo de escritores en una sala de guionistas, o un grupo de desarrolladores de un videojuego, utilicen el idioma de manera correcta y uniforme. Incluso podría servir como material de estudio para una comunidad de aficionados que desee aprender, hablar y promover la nueva lengua. Como un toque final, en el proceso de redacción de este manual, el sistema también sugiere un nombre para el lenguaje, dándole su identidad final y un lugar en el mundo imaginario para el que fue concebido.
La capacidad de traducir nuevas frases en tiempo real es la prueba de fuego del sistema, la demostración definitiva de su éxito. Esto prueba que el resultado no es un conjunto estático y limitado de ejemplos predefinidos, sino un sistema lingüístico dinámico, productivo y funcional. El usuario puede introducir una nueva frase en inglés, como «The big dog will chase the small man», y IASC, aplicando las reglas morfosintácticas y el léxico que ha co-creado con el usuario, genera su equivalente en el conlang.
Dicho proceso sigue la misma lógica interna que la creación del corpus inicial: la frase en inglés se analiza sintácticamente, se convierte a la representación de marcado morfosintáctico del nuevo idioma (algo como chase-FUT big-ADJ dog-ABS small-ADJ man-ERG
), y finalmente se le asignan las formas léxicas correspondientes a cada morfema. Esta funcionalidad es extraordinariamente poderosa y práctica. Permite a un escritor, por ejemplo, escribir diálogos para sus personajes de forma fluida y natural sin tener que consultar manualmente las reglas gramaticales y el diccionario en cada frase. Convierte al conlang de un objeto de estudio estático a una herramienta de comunicación viva y dinámica.
En conjunto, estas dos características finales cierran el ciclo de la creación de una manera sumamente satisfactoria. Transforman lo que comenzó como un ejercicio abstracto de diseño lingüístico en la producción de un artefacto cultural completo, documentado y utilizable. El lenguaje, nacido de la simbiosis única entre la mente humana y la inteligencia artificial, está ahora listo para ser usado, para contar historias, para nombrar héroes y villanos, para describir paisajes alienígenas o para susurrar hechizos arcanos en un mundo de fantasía. El sistema IASC no solo construye un lenguaje; entrega al creador las llaves de un mundo nuevo que él mismo ha imaginado.
La democratización de la creación de mundos
El trabajo de Chihiro Taguchi y Richard Sproat trasciende con creces la mera curiosidad técnica o el avance en un campo de nicho para tocar una fibra mucho más profunda y universal de la experiencia humana: nuestra necesidad innata de imaginar, de crear y de contar historias. La invención de un lenguaje, como hemos visto, es en su esencia un acto supremo de construcción de mundos, de worldbuilding. Un idioma no es solo un medio para comunicar hechos y datos; codifica una forma de ver el universo, una perspectiva única, una cultura, una historia.
Al proponer un sistema como IASC, los autores no solo están ofreciendo una herramienta más eficiente para los lingüistas y los aficionados a los conlangs; están sentando las bases para una posible democratización radical de la creatividad en su forma más fundamental.
La relevancia de esta investigación puede y debe entenderse desde tres perspectivas interconectadas: la social, la tecnológica y la científica. En el plano social y cultural, IASC tiene el potencial de empoderar a una nueva generación de creadores de una manera sin precedentes. Novelistas que sueñan con civilizaciones antiguas perdidas, desarrolladores de videojuegos que buscan una inmersión total del jugador en un entorno fantástico, guionistas y cineastas que quieren dar una autenticidad cultural y lingüística a especies extraterrestres; todos ellos podrán, con una herramienta como esta, dar vida a sus visiones con una profundidad y una coherencia que antes requería años de estudio especializado o la costosa contratación de expertos lingüistas.
Se eliminan así importantes barreras técnicas y de conocimiento, permitiendo que el foco se desplace de la compleja mecánica de la gramática a la expresión pura de la idea y la narrativa. El arte de la creación de lenguajes, la conlanguración, podría dejar de ser el dominio de unos pocos para convertirse en una parte más del conjunto de habilidades de cualquier contador de historias en el siglo XXI.
Desde el punto de vista tecnológico, el enfoque agéntico e interactivo que IASC pone sobre la mesa representa un modelo a seguir para el futuro de la colaboración entre humanos e inteligencia artificial en campos creativos. Este no es el escenario distópico de reemplazo, donde la máquina usurpa y devalúa las capacidades humanas, sino uno de aumento y de simbiosis. El sistema funciona como un exoesqueleto para la imaginación. La visión, la estética, la intención, la narrativa y el juicio final permanecen firme e irrenunciablemente en manos humanas.
La inteligencia artificial aporta su vasto conocimiento de los patrones lingüísticos del mundo, su capacidad para manejar la complejidad abrumadora de un sistema gramatical y su infatigable paciencia para la iteración y el refinamiento. Este paradigma de colaboración, donde la IA actúa como un socio junior, un asistente altamente cualificado pero siempre supeditado a la dirección estratégica y creativa del experto humano, es probablemente el camino más fructífero, seguro y ético para el desarrollo de la inteligencia artificial creativa.
Finalmente, en el ámbito científico, IASC abre nuevas y fascinantes vías de investigación para la lingüística. Los lingüistas teóricos podrían utilizar versiones modificadas del sistema como un laboratorio virtual para explorar hipótesis sobre la evolución del lenguaje, los universales lingüísticos o los límites de la tipología.
¿Qué tipo de gramáticas son más fáciles de aprender o procesar cognitivamente? ¿Cómo influye la estructura fonológica de un idioma en el desarrollo de su morfología? Al permitir la creación rápida y controlada de sistemas lingüísticos con características específicas, los investigadores pueden simular escenarios y poner a prueba teorías de una manera que antes era simplemente impensable por el tiempo y el esfuerzo que requeriría. Podría convertirse en una herramienta invaluable tanto para la lingüística teórica como para la psicolingüística y las ciencias cognitivas.
En última instancia, el sistema IASC es mucho más que un simple generador de idiomas. Es un poderoso testimonio del potencial de la simbiosis entre la creatividad humana y la inteligencia de las máquinas. Nos recuerda que la tecnología, en su máxima y más noble expresión, no nos aliena de nuestras capacidades más fundamentales, sino que nos proporciona nuevos y más poderosos pinceles con los que pintar los lienzos ilimitados de nuestra imaginación.
El nacimiento de mundos, que antes era una tarea de titanes intelectuales como Tolkien, podría estar pronto al alcance de todos nosotros. Y con la capacidad de crear nuevos lenguajes, quizás también aprendamos a comprender un poco mejor la maravilla del nuestro y la asombrosa facultad que, por encima de todo, nos hace humanos.
Referencias
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