El Eternauta y la nueva nevada: la IA cae sin hacer ruido

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El Eternauta y la nueva nevada: la IA cae sin hacer ruido

El Eternauta digital: Netflix, inteligencia artificial y los nuevos rostros del cine

Netflix confirmó lo que ya se venía insinuando en el horizonte de la industria audiovisual: por primera vez, incorporó una escena generada íntegramente con inteligencia artificial en el producto final de una de sus series originales. La serie elegida fue El Eternauta, una ambiciosa adaptación argentina del clásico de ciencia ficción escrito por Héctor Germán Oesterheld, y la escena en cuestión —el colapso de un edificio en plena Buenos Aires— fue producida con herramientas generativas que, según la empresa, permitieron acelerar el proceso de efectos visuales a una velocidad diez veces superior a la habitual.

La decisión no fue menor ni silenciosa. Netflix la comunicó con énfasis durante la presentación de sus resultados financieros del segundo trimestre de 2025, enmarcándola como una muestra de eficiencia, innovación y madurez tecnológica. Pero lo que está en juego tras ese gesto técnico excede la dimensión productiva. El uso explícito y oficial de IA generativa en una obra narrativa marca un punto de inflexión: no porque la tecnología no se hubiera usado antes en etapas preliminares del proceso creativo, sino porque ahora forma parte visible y validada del resultado final. Lo que se desmorona en la escena no es solo un edificio. También se erosiona una forma tradicional de producir imágenes, organizar equipos y pensar la autoría audiovisual.

El caso cobra mayor espesor simbólico si se considera la historia original. Publicada por entregas entre 1957 y 1959 en la revista Hora Cero Semanal, El Eternauta narra una invasión silenciosa en Buenos Aires: una nevada mortal que cae sobre la ciudad y obliga a sus habitantes a encerrarse, a resistir, a buscar sentido en medio de lo desconocido. En ese clima de asedio y extrañamiento, el uso de inteligencia artificial generativa para reconstruir una ciudad en ruinas no parece un mero recurso técnico, sino una actualización metafórica involuntaria. El relato que denunció los peligros del totalitarismo y la deshumanización se convierte, setenta años después, en escenario de un nuevo tipo de ambigüedad: la colaboración entre algoritmos y narrativas humanas para representar el colapso mismo.

Los directivos de Netflix no esquivaron la pregunta. Greg Peters, codirector ejecutivo, aclaró que la IA fue empleada como una herramienta de apoyo, nunca como un reemplazo del talento artístico. Ted Sarandos, su par en la cúpula, reforzó la idea de que la tecnología busca ampliar horizontes expresivos y no suprimir empleos creativos. Pero el hecho de que se haya considerado necesario subrayar ese punto revela el contexto de tensión que rodea al tema. Las huelgas de guionistas y actores en Hollywood durante 2023 fueron motivadas, en buena parte, por la exigencia de regular el uso de sistemas generativos. La sombra del reemplazo masivo, del reciclaje automatizado de estilos, de la clonación de voces o cuerpos sin consentimiento, aún flota sobre el gremio.

Lo distintivo de este caso es la oficialidad. No se trata de un experimento aislado ni de un rumor filtrado. Es una plataforma global, con más de 260 millones de suscriptores, reconociendo abiertamente que una escena crucial fue realizada por una IA. El edificio que se derrumba en pantalla no fue modelado por artistas 3D cuadro por cuadro. Surgió de una arquitectura de prompts, datasets y parámetros ajustados por operadores humanos, pero sintetizados por un sistema entrenado para imitar la realidad con precisión creciente. En esa zona intermedia entre lo imaginado y lo calculado, el criterio estético empieza a depender del rendimiento computacional.

La elección de Argentina como escenario tampoco es inocente. América Latina ha sido históricamente territorio de experimentación para innovaciones tecnológicas que luego se expanden a escala global. Menores restricciones legales, costos de producción más bajos y públicos ávidos de reconocimiento internacional convierten a la región en una suerte de laboratorio narrativo. Que la primera implementación abierta de IA generativa en una serie de Netflix ocurra en Buenos Aires, y con una obra profundamente enraizada en la memoria política local, sugiere algo más que coincidencia logística. Es una forma de ensayo cultural. Una prueba de tolerancia simbólica.

La pregunta inevitable es qué cambia cuando una escena ya no se filma ni se anima, sino que se sintetiza. Qué ocurre con los derechos de los artistas visuales cuyas obras alimentaron los datasets. Qué lugar ocupan los diseñadores que antes dedicaban días a recrear una demolición controlada. Qué tipo de mirada se produce cuando el ojo que construye la imagen no es humano, sino una estadística visual emergente. Y, sobre todo, qué efectos tiene en el relato mismo esa transformación silenciosa del medio de producción.

El relato clásico de ciencia ficción se construía a partir de lo imposible: alienígenas, viajes temporales, civilizaciones colapsadas. Pero la distopía que ahora se filma no está en el guion. Está en la técnica. La historia ya no solo se cuenta. Se calcula. Y ese cambio afecta la densidad de lo narrado, la textura de lo representado, la materialidad misma del mundo proyectado. Cuando la ruina es obra de una red neuronal, el drama se vuelve doble: se representa una catástrofe dentro de otra. Una estética de la caída producida por un sistema que, literalmente, no conoce el peso de los escombros.

Netflix no oculta su entusiasmo. La integración de IA generativa permite abaratar costos, reducir tiempos de postproducción y explorar nuevas formas de narrativa visual. Pero cada vez que una escena sintetizada reemplaza una producida manualmente, también se redefine el vínculo entre industria y expresión. No es que desaparezca la creatividad. Cambia su soporte, su ritmo, su lógica de validación. Y con ella, el lugar del espectador. Porque lo que se ve ya no es solo lo que alguien imaginó, sino también lo que una máquina creyó adecuado mostrar.

En El Eternauta, los protagonistas luchaban contra una invasión inasible, disfrazada de clima, de nieve, de vacío. Hoy, la amenaza también es difusa. No hay villano, no hay disparos, no hay máscara alienígena. Solo una herramienta que simula escenas y redefine oficios. Un algoritmo que, sin quererlo, también escribe historia. Aunque no aparezca en los créditos.

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