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Britannica y Merriam-Webster demandan a Perplexity por “sustituir” sus páginas

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Britannica y Merriam-Webster demandan a Perplexity por “sustituir” sus páginas

La batalla legal que puede definir el futuro de los buscadores con IA

Perplexity AI quedó en el centro de una pelea que trasciende a las partes y apunta al corazón de cómo consumimos información en la era de los motores de respuesta. Encyclopædia Britannica y Merriam-Webster presentaron una demanda en un tribunal federal de Nueva York en la que acusan a la startup de copiar sustancialmente sus contenidos, reempaquetarlos en respuestas generadas por IA y, en la práctica, sustituir la lectura en origen. El argumento es directo: si el usuario ya obtiene una síntesis suficiente dentro de Perplexity, el clic a la fuente desaparece, se pierde tráfico y se erosiona el modelo económico que sostiene a los editores.

El caso se diferencia de las querellas típicas contra compañías de IA que discutían sobre datos usados para entrenar modelos. Aquí el foco se corre a la distribución en tiempo real: rastreo, extracción, reformulación y entrega de la respuesta en la misma interfaz. No es un tema de laboratorio, es un tema de producto. El eje de los demandantes combina derechos de autor, marca y competencia: alegan copias cercanas al texto original, pérdida de visitas y, además, un daño reputacional cuando las alucinaciones del sistema aparecen citadas como si provinieran de sus marcas.

La defensa esperable de Perplexity se apoyará en dos pilares. Primero, uso legítimo: que el resumen es transformativo y aporta valor al usuario, con citas y enlaces a las fuentes. Segundo, beneficio del consumidor: menos fricción, respuestas más rápidas y la posibilidad de profundizar a un clic de distancia. El flanco sensible es conocido y no se resuelve con una leyenda al pie: si la respuesta satisface lo que el usuario buscaba, el clic no ocurre. Y sin clic no hay modelo de ingresos que aguante para quien produce el contenido original. La pregunta jurídica de fondo es cuánto “transforma” un motor de respuesta y cuándo esa transformación se vuelve sustitución.

Para entender lo que está en juego, conviene mirar el tablero completo. Hace dos décadas la web se ordenó alrededor del hipervínculo: los buscadores mostraban fragmentos y redirigían al destino. El acuerdo implícito decía que el intermediario no competía con el editor en el último tramo de la experiencia. La aparición de asistentes que responden dentro de la página rompe ese equilibrio. No es que citen menos, es que interceptan más. La experiencia se resuelve sin salir del contenedor del intermediario. Es eficiente, sí. También es un rediseño del flujo de valor.

El frente de marca agrega temperatura. Britannica y Merriam-Webster sostienen que, al presentar resúmenes bajo su nombre o junto a su logo, Perplexity corre el riesgo de atribuirles errores que el sistema puede generar. En otras palabras, un problema clásico de la IA —la alucinación— se transforma en un problema de reputación. Esa dimensión importa porque a los ojos de un juez no solo se discute propiedad intelectual, también la posibilidad de confusión de origen y daño a la identidad comercial de compañías históricamente asociadas a la precisión.

Hay, además, un ángulo económico que nadie debería subestimar. Si los grandes repositorios de conocimiento ven reducidos sus ingresos por el desvío de tráfico, el incentivo para mantener y actualizar bases de datos de alta calidad se debilita. La paradoja sería que la IA empobrezca las fuentes que la alimentan. El sector ya explora acuerdos de licencia y reparto de ingresos. En varios mercados, las tecnológicas están pagando por corpus cerrados o por acceso premium a archivos editoriales. La demanda contra Perplexity empuja en esa dirección: o se paga, o se cambia el diseño del producto para garantizar derivación efectiva de usuarios a la fuente original.

Más allá de los tecnicismos, el litigio funciona como un referéndum sobre la responsabilidad del intermediario. Si un motor de respuesta compite con la página que cita, ¿debe medir y optimizar el retorno de tráfico como una métrica de cumplimiento, igual que optimiza la pertinencia de la respuesta? ¿Debe ofrecer enlaces visibles arriba, no enterrados al final? ¿Debe limitar la extensión del texto reproducido cuando la consulta es claramente sustitutiva de una definición de diccionario o de una explicación enciclopédica? Preguntas incómodas, sí. También inevitables.

Para los reguladores, el caso ofrece un mapa de opciones. Una salida es el laissez-faire: dejar que los tribunales diriman caso por caso y que el mercado ajuste mediante convenios privados. Otra es el camino de las obligaciones de diseño: reglas que exijan etiquetas claras, prominencia de la autoría, límites a la cantidad de texto reproducido y mecanismos auditable de derivación. Una tercera es el esquema de licencias colectivas que ya existen en música o radiodifusión, adaptado a obras textuales, con tarifas basadas en uso y factores de calidad. Ninguna es perfecta. La clave será no sacrificar la innovación que sí mejora la experiencia de búsqueda mientras se protege el sostén económico de quien genera conocimiento verificado.

Para los medios y editoriales, la estrategia de supervivencia no puede reducirse a esperar que un juez los salve. Hay medidas de producto y negociación que conviene acelerar: fortalecer muros de pago inteligentes que den contexto sin regalar el valor; empaquetar contenidos en APIs licenciables con metadatos ricos que faciliten atribución, actualización y monetización; establecer KPIs de retorno con cada integrador de IA; y, sobre todo, especializar la oferta en capas que no sean trivialmente replicables por un resumen genérico. El diferencial no es solo tener el dato, es tener autoridad y servicios alrededor del dato.

Para las startups de IA, el mensaje es igual de claro: el atajo de “raspar todo y responder” ya no es una estrategia sostenible. Los productos que ganen serán los que consigan alianzas editoriales, paguen por el acceso cuando corresponda, y diseñen la experiencia para que el usuario perciba valor en abrir la fuente. También tendrán que elevar la vara de trazabilidad: mostrar de dónde viene cada afirmación, cuándo fue actualizada y qué nivel de confianza tiene. El mercado tolera un error ocasional. No tolera el error opaco.

¿Y el usuario? El usuario disfruta de la comodidad de un buen resumen, pero también se beneficia cuando el ecosistema que lo produce es saludable. Un buscador conversacional que absorbe todo el valor sin devolverlo puede ser una gran demo y un mal sistema. La cultura general, las tareas escolares, la investigación profesional y la conversación pública necesitan fuentes robustas, sostenidas en el tiempo. La comodidad no puede comerse la calidad.

En el corto plazo, la atención estará puesta en si el tribunal concede medidas cautelares. Si ordena cambios inmediatos en el funcionamiento del producto, la señal para la industria será fuerte: habrá que redibujar interfaces y cerrar licencias. Si no hay cautelares, el proceso seguirá y, como ya ocurrió en otros frentes, es posible que se cierre con un acuerdo que combine dinero, visibilidad y compromisos técnicos. En cualquiera de los dos casos, el precedente informará a otros jueces y, quizá más importante, a otros equipos de producto.

Conviene mirar también el efecto espejo en el resto del mercado. Google, Microsoft, OpenAI y otras compañías están experimentando con capas de respuesta que condensan la web. Cada movimiento legal reconfigura el margen de maniobra para todos. Un fallo que considere sustitutivo el modo en que se presentan las respuestas empujará a un rediseño general. Un fallo que valide la síntesis con enlaces reforzará el status quo y trasladará la discusión a la mesa de negociación entre editores y plataformas.

La nota final es de realismo. No existe una solución mágica que deje a todo el mundo contento. Sí existe una ruta intermedia sensata: resúmenes útiles con atribución visible, licencias donde corresponda, derivación medible y mecanismos de corrección cuando haya errores. Traducido a llano: que la IA mejore la búsqueda, no que la reemplace por completo; que el usuario gane tiempo, pero que el editor no pierda el negocio; que el intermediario muestre su valor, no que lo capture todo. Si esta demanda empuja al sector hacia ese equilibrio, habrá valido la pena el ruido.

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