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El futuro no será colosal, será ágil

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El futuro no será colosal, será ágil

Durante años, la narrativa dominante en el corazón tecnológico del mundo ha sido una de escala monumental. Una carrera armamentística digital, financiada con miles de millones de dólares y alimentada por una fe casi religiosa en una simple premisa: más grande es mejor. Los laboratorios de investigación de vanguardia, desde OpenAI hasta DeepMind de Google, se embarcaron en una odisea para construir sistemas cognitivos cada vez más colosales, arquitecturas neuronales con billones de parámetros que consumen la energía de una ciudad pequeña y requieren una inversión digna del programa espacial de una nación.

El objetivo era crear una inteligencia general, un monolito de silicio capaz de razonar, crear y conversar sobre cualquier tema imaginable. Este evangelio de la escala, apuntalado por las llamadas «leyes de escalado» que prometían mayores capacidades con cada aumento exponencial de tamaño, parecía un dogma incuestionable. Hasta ahora. En una industria acostumbrada al estruendo de los anuncios espectaculares, una disidencia silenciosa pero profunda ha comenzado a gestarse. Y su profeta es un desertor de una de las principales catedrales de este mismo credo.

Edouard Harris no es un desconocido en este universo. Como uno de los líderes de investigación en Cohere, una de las firmas más prometedoras y mejor financiadas en el campo de los modelos de lenguaje, su trabajo consistía precisamente en empujar los límites de estas vastas arquitecturas. Sin embargo, desde su posición privilegiada, Harris observó una grieta creciente entre la promesa teórica de los modelos gigantes y su utilidad práctica.

Ahora, con su nueva compañía, Helias, ha formalizado su herejía. Ha apostado su futuro profesional y financiero a una idea radicalmente opuesta: el porvenir no pertenece a los titanes digitales, sino a los sistemas ágiles, especializados y eficientes. Es una jugada que algunos ven como una locura y otros como la señal inequívoca de que la era de los dinosaurios digitales está llegando a su fin.

La obsesión con la escala ha producido resultados asombrosos, capaces de componer poesía o generar código complejo, pero ha venido acompañada de una factura exorbitante. El paradigma del «más es más» se fundamenta en un enfoque de fuerza bruta que acarrea consecuencias económicas y logísticas insostenibles para casi cualquier organización fuera del selecto club de los gigantes tecnológicos.

El coste de entrenar un único modelo de frontera se cuenta en cientos de millones de dólares, y su operación diaria exige una infraestructura computacional que representa una barrera de entrada infranqueable. Este modelo centralizado crea una dependencia peligrosa, un oligopolio del conocimiento donde un puñado de corporaciones controla las llaves del futuro digital.

Más allá del coste financiero, existe un problema de rendimiento. Estos colosos neuronales, al intentar ser buenos en todo, a menudo no son excelentes en nada específico. Para el mundo empresarial, que representa el mercado más lucrativo, la necesidad raramente es un sistema que pueda debatir sobre filosofía kantiana. Las corporaciones requieren herramientas veloces, fiables y rentables para tareas concretas: clasificar correos de clientes, analizar informes financieros, detectar anomalías en una cadena de producción.

Un analista de una firma de capital de riesgo de Sand Hill Road, que pidió anonimato, lo expresó de manera contundente: «Estamos viendo un agotamiento del modelo. Las empresas pagan por un cerebro universal cuando solo necesitan una calculadora súper potente. La latencia, el coste por consulta y la falta de especialización están haciendo que muchos directores de tecnología se pregunten si están usando un martillo pilón para clavar un clavo». Este paradigma ha comenzado a mostrar rendimientos decrecientes, donde cada salto en tamaño ofrece una mejora marginal en capacidades a un precio exponencialmente mayor.

Del monolito a la orquesta de especialistas

La visión de Harris con Helias propone una demolición conceptual de este monolito. En lugar de un único y masivo sistema que lo sabe todo, su enfoque se centra en la «composición de modelos». La idea es crear un ecosistema de agentes más pequeños y altamente especializados, cada uno entrenado para una tarea específica con una eficiencia máxima. La analogía más clara es la de una orquesta sinfónica. En lugar de buscar un músico prodigio que intente tocar todos los instrumentos a la vez, con resultados inevitablemente mediocres en algunos de ellos, se reúne a un conjunto de virtuosos, cada uno maestro en su propio dominio. Un modelo experto en análisis legal, otro en diagnóstico médico preliminar, un tercero en optimización logística. Juntos, coordinados por un sistema director, pueden abordar problemas complejos con una precisión y velocidad que un modelo generalista no puede igualar.

Esta estrategia transforma fundamentalmente la economía de la industria. Entrenar y operar estos sistemas compactos es órdenes de magnitud más barato. Permite una personalización profunda, donde una empresa puede construir su propia «orquesta» a medida, seleccionando solo los «músicos» que necesita para su operativa particular.

La implementación puede ser local (on-premise), eliminando las preocupaciones sobre la soberanía y privacidad de los datos que surgen al enviarlos a los servidores de un tercero. Es un cambio de un modelo de servicio centralizado, similar a las terminales de mainframe de los años setenta, a uno distribuido y personal, evocando la revolución de los ordenadores personales que democratizó el acceso a la computación.

Helias no está sola en esta intuición; la creciente popularidad de los llamados «modelos de lenguaje pequeños» (SLM) indica que el mercado está virando hacia la eficiencia y la especialización.

El abandono de la carrera por la escala no es solo un cambio técnico; es una reorganización filosófica y de mercado con implicaciones profundas. Si la primera era de los sistemas generativos fue definida por una concentración de poder en unas pocas manos, esta nueva fase promete una descentralización radical. Un ecosistema donde la innovación no dependa exclusivamente de los presupuestos de investigación de Google o Microsoft abre la puerta a una explosión de creatividad similar a la que generó el mercado de las aplicaciones móviles.

Pequeñas empresas, universidades y laboratorios independientes podrían desarrollar y desplegar sus propios agentes especializados, creando una diversidad de herramientas mucho más rica y resiliente que la actual monocultura de los gigantes.

Esta diversificación podría acelerar la adopción de estas tecnologías en sectores tradicionalmente más lentos, como la manufactura pesada o la administración pública, que requieren soluciones robustas, seguras y económicamente viables. La apuesta de Edouard Harris, por tanto, trasciende la mera ingeniería. Es una tesis sobre el futuro de la innovación. Sugiere que el progreso no siempre es una línea recta hacia lo más grande, sino que a menudo reside en la recombinación inteligente de componentes más simples y eficientes.

El verdadero avance podría no venir de construir un cerebro digital único y omnipotente, sino de aprender a orquestar un coro de inteligencias especializadas. La carrera por la escala pudo haber sido un prólogo necesario, una demostración espectacular de lo posible, pero la verdadera revolución, la que integrará estas herramientas de forma ubicua y práctica en el tejido de nuestra economía y sociedad, puede que apenas esté comenzando, y parece que será mucho más pequeña, ágil y silenciosa.

Referencias:

  • Chen, A. (2025). «The Economics of Small Language Models in Enterprise». Harvard Business Review.
  • Venture Capital Analytics. (2025). «Q3 2025 Report: Investment Trends in Generative Technologies». Financial Times.

  • Proceedings of the International Conference on Machine Learning (ICML) 2025. «Efficiency and Compositionality in Neural Architectures».

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