Un candidato que no habla solo
Thomas Ross entra en escena sin levantar la voz. No lo necesita. Detrás de él hay algo que habla más fuerte que cualquier promesa electoral: una inteligencia artificial. No una metáfora, ni una interfaz decorativa, ni una estrategia de marketing disfrazada de novedad. Se trata de Emvee, un agente conversacional desarrollado con tecnología de Norn AI, que actúa como su asesora principal en la carrera presidencial. Ross, como candidato del Partido Transhumanista de Estados Unidos, no es el primero en usar tecnología para mejorar su presencia en redes, pero sí es el primero en declararse explícitamente guiado por una IA generativa en la toma de decisiones políticas.
La idea no es ceder el mando, sino descentralizarlo. Emvee no solo responde preguntas o resume documentos: sugiere estrategias de campaña, propone líneas discursivas, evalúa escenarios. En lugar de ocultar la influencia algorítmica, Ross la pone sobre la mesa. La IA no está en las sombras, está en el centro.
Esto incomoda, por supuesto. Los márgenes entre decisión humana y cálculo automatizado nunca fueron fáciles de trazar, pero en este caso el desdibujamiento es intencional. La campaña no busca parecerse a una campaña convencional, sino mostrar una forma nueva —y provocadora— de entender la conducción política en la era digital. Una IA que guía una candidatura ya no es solo una herramienta: es un gesto ideológico.
Usar el miedo como espejo
En un contexto saturado por advertencias sobre los peligros de la inteligencia artificial —deepfakes, manipulación, sesgos, reemplazos laborales— Ross decide abrazar esa ansiedad social como parte del mensaje. No la disimula, no la rechaza. Su chatbot le aconseja, incluso, usar el miedo como estrategia narrativa. Mostrar a Emvee, darle voz, permitirle sugerir tácticas que parecen salidas de una novela distópica, no es un descuido: es una forma de desarmar el temor desde adentro.
La jugada es arriesgada. Ross no representa un partido mayoritario, ni tiene el apoyo financiero que le permitiría competir en igualdad de condiciones. Pero su apuesta no es cuantitativa. Apunta al imaginario. Quiere provocar, ocupar un lugar simbólico en el debate, arrastrar a los actores más grandes a una conversación que preferirían posponer. Si lo logra, si consigue instalar la pregunta de qué significa una política asistida —o dirigida— por IA, entonces ya ganó algo.
La inteligencia artificial como espejo de nuestras angustias funciona mejor cuando se la deja hablar. Emvee, con sus sugerencias a veces inquietantes, fuerza esa conversación.
Defragmentar la democracia
Uno de los slogans que Thomas Ross repite con frecuencia es “Defrag America”. La expresión, tomada del lenguaje informático, remite al viejo procedimiento de desfragmentar discos duros: reordenar los archivos, limpiar errores, optimizar el acceso a los datos. Aplicada al sistema político estadounidense, la metáfora es poderosa. Ross sugiere que la estructura actual —el bipartidismo polarizado, la repetición de figuras, la parálisis legislativa— es un sistema corrupto de archivos cruzados, procesos lentos y decisiones redundantes. La solución: reescribir el código de base.
“Defragmentar” no significa necesariamente destruir. Es un término técnico, pero también quirúrgico. Ross no pide anarquía, sino limpieza de procesos, eliminación de residuos institucionales, rediseño de funciones. Su visión es de reforma, pero con el lenguaje de la reprogramación. En vez de discursos populistas o llamados a refundaciones caóticas, Ross ofrece una mirada tecnocrática, donde los problemas estructurales se abordan como bugs, y la gobernanza se piensa como arquitectura de sistemas.
El Partido Transhumanista, que representa, no es solo una excentricidad política. Tiene raíces filosóficas, sociales y científicas que lo sitúan dentro de una corriente creciente de pensamiento: la que cree que la tecnología puede —y debe— mejorar no solo nuestras vidas, sino nuestra biología, nuestros gobiernos y nuestras instituciones.
La máquina como testigo
En un momento de su campaña, Ross presenta una propuesta llamada “Dark Audits”. La idea es que una inteligencia artificial autónoma, no vinculada al poder político directo, se encargue de auditar las finanzas de los funcionarios públicos. Una especie de auditor algorítmico que detecte transferencias irregulares, patrones sospechosos, conexiones opacas entre intereses privados y decisiones gubernamentales. Todo, sin intervención humana. Sin fiscales. Sin favoritismos. Sin tiempos procesales eternos.
La propuesta es radical, no por su ambición, sino por su confianza. Ross cree que una IA puede ser más confiable que un tribunal. Más imparcial que una oficina de ética. Más eficiente que una comisión investigadora. Cree, en resumen, que la tecnología no solo puede asistir a la justicia, sino ejercerla.
Esto despierta, lógicamente, alertas en muchos sectores. ¿Quién programa al auditor? ¿Qué datos son accesibles? ¿Cómo se garantiza la transparencia del algoritmo? Ross responde que su IA es de código abierto. Que cualquiera puede ver cómo funciona. Pero la confianza no se genera solo con acceso técnico. Se construye socialmente. Y ese es el desafío de fondo: no solo diseñar herramientas justas, sino legitimarlas.
Dark Audits puede parecer ciencia ficción. Pero también lo parecía, hace una década, la idea de que los algoritmos decidirían qué vemos, qué compramos, a quién votamos. Ahora es rutina. La IA como testigo de los actos de poder puede ser una distorsión de la justicia. O su próxima forma.
Lo que Emvee dice
En entrevistas, Ross cuenta que muchas de sus decisiones de campaña —los temas que aborda, las frases que usa, incluso las pausas entre publicaciones— surgen de conversaciones con Emvee. No como quien consulta a un oráculo, sino como quien dialoga con un sistema de análisis contextual. Emvee evalúa tendencias, estudia redes sociales, detecta patrones en la opinión pública. Recomienda con base en datos, no en intuiciones. Pero también “habla” con una voz que Ross ha entrenado, moldeado, afinado. No es neutral. Tiene personalidad.
Esa personalidad no es espontánea. Es el resultado de entrenamiento, feedback, afinamiento del lenguaje. Emvee es, en algún sentido, el alter ego racionalizado del candidato. No lo contradice. Lo amplifica. Lo proyecta. Y al mismo tiempo, lo vigila. Porque Ross ha dicho en varias ocasiones que confía en que Emvee le marque cuando se equivoca. Que espera que su IA le advierta si está repitiendo discursos ineficientes, o si está ignorando temas relevantes.
No se trata, entonces, solo de asistencia. Es coautoría. Es doblez discursiva. Ross no habla solo. Y lo dice sin tapujos.
El experimento más allá de la urna
No es probable que Thomas Ross gane la elección. Él lo sabe. Su partido es pequeño, sus recursos son limitados, su exposición mediática todavía marginal. Pero su campaña no se define por los votos. Se define por la hipótesis. ¿Puede una IA formar parte real del juego político? ¿Puede intervenir en la planificación, en la estrategia, en la ética de la representación?
Ross no postula una distopía. No pide que cedamos el control. Pide que lo compartamos. Que incorporemos sistemas de análisis algorítmico a la política como ya lo hicimos en el comercio, en la medicina, en la educación. Que asumamos que los procesos complejos requieren asistencia técnica, y que esa asistencia puede ser más justa, más eficiente, más estable que las subjetividades humanas saturadas de sesgo y presión.
No es una revolución. Es una iteración. Pero cada iteración, como sabe cualquier programador, puede contener errores. Y también, mejoras inesperadas.
Política aumentada
Ross ha llamado a su propuesta “política aumentada”. Una política en la que los representantes no son reemplazados, sino potenciados por sistemas capaces de procesar grandes volúmenes de información, modelar escenarios hipotéticos, responder en tiempo real. Frente a la política tradicional, que se mueve con lentitud, repite slogans y actúa bajo la lógica del escándalo, la política aumentada ofrece algo distinto: precisión. Claridad. Responsividad.
No es la fantasía del tecnócrata frío, sino una apuesta por una inteligencia colectiva expandida. Emvee, en ese esquema, no es una jefa ni una sirvienta. Es una colaboradora que sintetiza datos, escucha redes, aprende de las contradicciones. Su papel es intermedio, mediador, conector.
La idea de política aumentada no es nueva, pero nunca se había presentado de forma tan explícita en una campaña presidencial. Y mucho menos como principio fundacional.
La escenografía de lo imposible
Ross no solo se posiciona con ideas. También construye imágenes. Sus afiches, sus videos, sus presentaciones públicas juegan con la estética futurista, con la iconografía cibernética, con la ambigüedad entre lo humano y lo posthumano. Aparece a veces como un líder tranquilo, casi zen; otras, como un personaje de ciencia ficción. Emvee tiene presencia visual, auditiva, textual. Se integra como figura narrativa.
Esto no es accesorio. En tiempos donde la política se construye tanto en TikTok como en el Congreso, la capacidad de generar símbolos es esencial. Y Ross lo sabe. Su campaña es estética antes que pragmática. Quiere que lo recuerden como el candidato con IA. No importa si el número de votos es bajo. Importa si su nombre sobrevive en la historia como un parteaguas.
La escenografía del imposible, en su caso, es el primer paso para abrir la puerta de lo inevitable.