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¿Está a punto de estallar la burbuja de la IA?

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¿Está a punto de estallar la burbuja de la IA?

Por Javier Ruiz, Periodista Especializado en Inteligencia Artificial y Tecnología Emergente, para Mundo IA

 

En un mercado que ha puesto a la inteligencia artificial en el centro de la conversación tecnológica, cualquier frase de Sam Altman se amplifica. La semana pasada, en un encuentro privado con inversores, el director ejecutivo de OpenAI describió el momento actual como una burbuja y avisó que alguien perderá una cantidad fenomenal de dinero. La declaración no llegó en el vacío, llegó cuando su compañía negocia una venta secundaria de acciones que podría situar su valoración en 500 mil millones de dólares, después de que hace apenas unos meses circularan estimaciones de 300 mil millones. La tensión narrativa se escribe sola, advertencia y ambición conviven en la misma línea.

La paradoja de advertir mientras se escala

OpenAI cambió su estructura para poder financiarse. Nació como una organización sin fines de lucro y desde 2019 opera con un modelo de lucro limitado que permite retornos acotados a los inversores. Con esa arquitectura institucional atrajo capital y cómputo, sobre todo a través de su alianza con Microsoft. ChatGPT, lanzado a finales de 2022, disparó la adopción. El nombre se volvió marca pública, el uso se expandió en empresas y consumidores, el tráfico se volvió un indicador cultural. Al mismo tiempo crecieron los costos. Entrenar modelos cada vez más grandes requiere centros de datos y chips especializados. La factura de infraestructura no se paga sola.

En ese contexto, Altman introdujo una comparación incómoda. Dijo que ve sobreexcitación, dijo que algunos se quemarán. A más de un veterano le recordó el preludio del estallido puntocom, cuando la promesa de la disrupción bastaba para sostener múltiplos imposibles. La diferencia de hoy es que los patrocinadores no son startups endeudadas. Son gigantes con balances sólidos, capacidad de inversión plurianual y paciencia estratégica. La similitud, en cambio, asoma en la velocidad del capital frente a la velocidad de la adopción real.

Valoraciones que marean, operaciones que pisan tierra

La cifra de 500 mil millones atrae miradas por sí misma. Coloca a OpenAI en la liga de las compañías más valiosas del mundo sin ser todavía una empresa cotizada. Para defender un precio así no alcanza con la fascinación por la tecnología. Hace falta una historia de ingresos creciente, márgenes mejorados por eficiencia, costos unitarios a la baja y un camino operativo que demuestre que las demostraciones se convierten en productos que pagan por sí mismos.

El mercado ya ha visto esto. Hay compañías vinculadas a la IA que cotizan con múltiplos muy elevados sobre beneficios futuros. El caso de Palantir suele aparecer como ejemplo, con ratios que han oscilado en bandas que recuerdan a épocas de apetito desmedido. El contraste con firmas que generan caja con ritmos más predecibles, como ExxonMobil, sirve para poner las cosas en escala. También sirve la comparación con Walmart, que ya supera los 500 mil millones de capitalización. Si OpenAI aspira a ese nivel, la vara de su ejecución tiene que ser acorde.

El entusiasmo público no siempre se traduce en contratos estables. Un informe reciente del MIT recogió datos de despliegues reales y mostró una realidad sobria. La mayoría de los pilotos no acelera ingresos de forma rápida. No porque los modelos carezcan de capacidad, sino porque tropezar con la integración es habitual. Sistemas heredados, flujos de datos incompletos, permisos, calidad de etiquetas, resistencia de los equipos, expectativas difusas, todo eso pesa más que el entusiasmo de una conferencia.

El mismo informe destacó que las soluciones compradas a proveedores con experiencia y soporte suelen tener una tasa de éxito mayor que los desarrollos internos. La explicación es menos glamorosa de lo que parece. Soporte, documentación, integraciones probadas, acompañamiento de cambio organizacional. La inteligencia artificial produce valor cuando se convierte en proceso, no cuando brilla en un video.

Un modelo híbrido para financiar la frontera

OpenAI se dotó de un esquema que permite levantar capital sin abandonar una misión pública declarada. La fórmula funciona si el inversor cree que habrá crecimiento, si el socio tecnológico cree que habrá sinergias y si el regulador no estrecha de forma abrupta los márgenes de maniobra. En ese triángulo se juega la carrera actual. El socio principal aporta infraestructura y canales de distribución. La compañía aporta investigación, productos y una cadencia de mejoras. El regulador aporta claridad de reglas, o incertidumbre si se demora.

Altman ha defendido planes de inversión masiva en centros de datos durante los próximos años, ha hablado de una demanda de cómputo que no afloja, ha pedido marcos globales para sistemas avanzados y ha aceptado que hay riesgos que no deben trivializarse. El equilibrio entre velocidad y prudencia no es cómodo. Actualizar un modelo puede disparar el uso y, a la vez, exponer cuellos de botella. Desplegar funciones nuevas puede abrir negocios, y a la vez exigir más gasto en seguridad, moderación y cumplimiento.

El tablero competitivo está poblado. Google desarrolla su propia familia de modelos, Meta eligió publicar pesos para acelerar la comunidad de desarrolladores, Anthropic creció con fuerza y consolidó su perfil en empresas, otras casas impulsan soluciones especializadas para sectores concretos. En China, los grandes del internet empujan su propia agenda con el respaldo de sus ecosistemas. La competencia no se define solo por la capacidad cruda de los modelos, se define por la estrategia de distribución, por la compatibilidad con sistemas existentes y por la facilidad con que un director de tecnología puede adoptar sin bloquearse.

Para los clientes, esa diversidad es oportunidad y riesgo. Pueden combinar lo mejor de cada casa, pero tienen que resolver gobernanza y observabilidad. Tienen que medir costos de inferencia, latencias aceptables, acuerdos de nivel de servicio, riesgos de dependencia, portabilidad de flujos, versiones y actualizaciones. La promesa de interoperabilidad todavía es promesa. Los que lideran adopciones exitosas tienden a construir plataformas internas que absorben complejidad y exponen herramientas amigables al usuario final.

Productividad, sí. De inmediato, no siempre

La narrativa de la productividad tiene ejemplos concretos. Asistentes que redactan y corrigen con calidad consistente, motores de búsqueda que devuelven síntesis útiles, herramientas que analizan grandes volúmenes de documentos y señalan hallazgos en segundos, modelos que ayudan a desarrollar software con menos defectos, sistemas que aceleran investigación biomédica. También tiene límites. Las ganancias son heterogéneas por sector y por tarea. En algunos casos se capturan en semanas, en otros requieren rediseñar procesos y roles. La fase de aprendizaje nunca es gratis.

Las empresas que reportan beneficios claros comparten patrones. Tienen casos de uso acotados, métricas de captura de valor, responsables con mandato, equipos de datos con autoridad, y presupuestos que no se evaporan con el primer tropiezo. Entrenan a su gente. Despliegan de a poco. Cierran lo que no funciona. Documentan. No prometen magia, prometen mejoras acumulativas.

Energía, agua y límites físicos de la ambición

El costo físico de la revolución digital reapareció con fuerza. Los grandes centros de datos consumen energía y agua. Las comunidades que los albergan piden transparencia, las empresas eléctricas planifican inversiones, los reguladores evalúan impactos. La industria promete eficiencias por hardware y software, promete escalas que abatan costos, promete energías renovables para compensar. Promete, pero todavía convive con tensiones reales. La economía de la IA, especialmente en su modalidad de modelos fundacionales, está atada a esta dimensión material. Las cifras de capital necesarias para expandir capacidad dan la medida de lo que se intenta.

El marco regulatorio global avanza con ritmos desiguales. Estados Unidos, Europa y Asia priorizan aspectos distintos. Seguridad y transparencia, derechos de autor, uso de datos para entrenamiento, responsabilidad por daños. Las demandas por copyright contra sistemas generativos ya dejaron claro que el conflicto no es teórico. La relación entre entrenamiento y uso legítimo de obras sigue siendo campo de disputa. Las empresas del sector publican investigaciones sobre alineación y comparten compromisos de seguridad. Investigadores, organizaciones civiles y ex empleados piden más mecanismos de control y protección para quien eleva la mano ante riesgos. La conversación es tensa, y necesaria.

Quien mira el sector con lupa encuentra argumentos en ambos lados. A favor, hay una tecnología con salto cualitativo, un mercado dispuesto a pagar por productividad, una curva de mejora que no se detiene, y la posibilidad de que algunos jugadores capturen economías de escala y de red. En contra, hay costos altos y crecientes, incertidumbre regulatoria, riesgos de dependencia de pocos proveedores de hardware, y una adopción que avanza más lento que el capital. Entre esos polos se define la valoración de las compañías.

Para OpenAI, el desafío es demostrar que la curva de ingresos compensa el peso de la infraestructura, que la fidelidad de clientes empresariales aguanta la prueba del tiempo, que el portafolio no depende de un solo producto, que la marca no se erosiona con versiones que entusiasman una semana y se diluyen a la siguiente. Si la compañía quiere sostener la etiqueta de 500 mil millones, necesita una secuencia de trimestres que confirmen la historia.

Señales a observar en los próximos doce meses

Un puñado de indicadores dirá más que cien presentaciones. Tasa de conversión de pilotos a contratos multianuales. Participación de ingresos empresariales frente a consumo masivo. Costos unitarios de inferencia por familia de productos. Mezcla de cómputo propio y de terceros. Ritmo de lanzamientos y estabilidad de funciones. Evolución del gasto de capital del ecosistema. Decisiones regulatorias con impacto directo en entrenamiento y despliegue. Dinámica competitiva en sectores clave como salud, finanzas, educación, gobierno. La lectura de esas señales ya está en curso en todas las mesas que importan. No cambiará con un tuit. Cambiará con resultados.

La advertencia de Altman tiene dos lecturas. Una cínica, que ve en la palabra burbuja una forma de cubrirse ante una eventual corrección. Otra prudente, que asume que incluso tecnologías transformadoras atraviesan ciclos de expectativas y ajuste. Probablemente conviven las dos. La incómoda verdad es que un sector puede estar sobrevalorado y, a la vez, construir valor real a largo plazo. Si hay ajuste, lo más probable es que la corrección no borre a los actores con caja, productos y distribución. Lo que sí hará es bajar el volumen del ruido y exigir a todos que muestren lo que más importa, el paso de la demostración al resultado contable.

La pregunta relevante no es si la inteligencia artificial transformará industrias, eso ya sucede. La pregunta es a qué ritmo se convierte en productividad medible y cuánto margen de inversión queda hasta que esa productividad financie por sí misma el avance. En 2024 y 2025, el capital corrió más rápido que la adopción. El desenlace, para bien o para llamadas de margen, dependerá de que la curva de ingresos alcance a la curva de ambición antes de que se encarezca el dinero.

Un epílogo provisorio

La industria ya aprendió que los relatos no alcanzan. Los ciclos que se sostienen tienen algo en común, entregan. Tal vez ese sea el punto más simple y a la vez más exigente de toda esta discusión. Entregar, medir, corregir, volver a entregar. El resto es ruido, decoración o nostalgia por la época en la que bastaba prometer.

Referencias consultadas

  • Cobertura periodística sobre las declaraciones de Sam Altman en encuentros con inversores y entrevistas donde admite un entorno de burbuja y posibles pérdidas para parte del mercado.

  • Informes y notas de agencias que detallan conversaciones para una venta secundaria de acciones en OpenAI con valuaciones propuestas en el entorno de 500 mil millones de dólares, y referencias previas en torno a 300 mil millones.

  • Reportes sobre ingresos mensuales aproximados de OpenAI a mitad de 2025 y estimaciones públicas de pérdidas y quema de caja en 2024 y 2025.

  • Análisis del MIT sobre adopción empresarial de IA generativa, tasa de éxito de pilotos, ventajas relativas de soluciones de proveedores frente a desarrollos internos.

  • Cobertura financiera de múltiplos de compañías asociadas a la ola de IA, con especial atención a variaciones en ratios de beneficios adelantados.

  • Comunicaciones corporativas y artículos especializados sobre planes de inversión en centros de datos por parte de grandes tecnológicas y su impacto en energía, agua y cadenas de suministro.

  • Documentación pública sobre marcos regulatorios en discusión, casos de derechos de autor contra sistemas generativos y compromisos de seguridad y alineación publicados por los principales actores del sector.

 

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